Mercedes Gómez-Morán

Guillermina Caicoya no tiene prejuicios epocales. En su galería exponen los artistas más actuales del arte asturiano, pero ahora, más allá de las diferencias de generación, presenta la obra de Mercedes Gómez Morán (Oviedo, 1926), una artista precursora, premiada y consolidada por el tiempo. Ha obtenido la Medalla del Principado y tiene obra en el Museo de Bellas Artes de Asturies.

Aunque la diferencia de genero nunca le ha preocupado, MGM es precursora y hay que destacar este hecho porque en estos tiempos de vindicación del papel histórico de la mujer, hablar del rol emancipador de Sarah Lucas o Tracey Emin no es relevante, pero conviene recordar aquellas que las han precedido. Esta artista de 95 años que mantiene un rostro jovial y una actitud tan vivaz e ingeniosa como siempre, merece este reconocimiento. Es fácil imaginar las dificultades que en la España de los años cincuenta podía encontrar una mujer que quisiera dedicarse a la pintura y no digamos si su decisión era formarse en el Paris del existencialismo, salir de la casa paterna apenas con veinte años con el empeño de conocer a André Lhote y la obra de Jacques Villon. La rutina social y las convenciones obligaron a muchos de esos talentos femeninos iniciales a moderar su ímpetu creativo, pues su condición de mujer les dictaba la supuesta obligación de formar familia y muchas como MGM se vieron obligadas a pintar en esas horas en las que la casa y la ciudad entran en el silencio. Por eso, una carrera tan longeva y rica en obras solo puede ser la consecuencia de la perseverancia que deviene una condición necesaria, un símbolo de la vocación y de la necesidad de pintar.

Finalmente pudo salir del país y en correspondencia a su empeño encontró una metodología de trabajo ofrecida en 1954 por André Lhote (Burdeos, 1885–París, 1962), teórico del cubismo y que no ha caducado con el tiempo. Su maestro reconoció de inmediato el talento, la vocación y el entusiasmo de la joven candidata y le dio un trato particular entre estudiantes que llegaban a su “atélier” desde todo el mundo. Influida también por la obra de Jacques Villon y la buena proporción propuesta por el grupo Section d´Or, en todas sus obras operan los mismos instrumentos: un estudio estructural de la forma, la relación entre plano y volumen, la buena proporción, el análisis del color previo a su aplicación en el cuadro, tal como se observa en uno de sus dibujos en el que se lee una anotación que dice: “poner el acento en las pupilas y en los cuencos. Amarillo sostenido igual azul Prusia y blanco, sombras rosas”. Ver el color antes de su aplicación en la tela me confirma la comunión entre la pre-visión del proyecto dialogando con la espontaneidad vibrante del resultado, que desprende fuerza, inspiración   e intensidad de la forma y el color. Esa paradoja de medir y emocionar se encuentra también en la utilización de una geometría escondida que no tiene edad, la misma que opera desde hace mil años (892-2021) en San Salvador de Valdediós, lugar que MGM gusta frecuentar, y que permitió que unos constructores guiados o iluminados también por la divina proporción construyeran una de las joyas más preciadas del prerrománico asturiano.

La partitura pictórica de Mercedes Gómez-Morán parte de una identidad clara que se mantiene como bajo continuo desde su formación inicial con el postcubismo aprendido con su maestro André Lhote. A lo largo de setenta años, como se ve en las obras de su primera etapa presentadas en esta exposición junto a las últimas, demuestran que ha sabido incorporar el valor de la diferencia sutil, variaciones infinitas que no alteran la identidad. La persistencia de los principios inmutables, las leyes de la estructura de la forma y el color son un secreto que ella conoce bien. La atemporalidad es posible cuando comprendemos que su arte es como una madeja de hilo en la que no hay inicio ni final, ahí habita el misterio de lo eternamente contemporáneo.

Jesús Martínez Clarà. Miembro de la Asociación Catalana e Internacional de Críticos de Arte(ACCA) (AICA).

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